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Trumpismo, Anittismo, TSE e Passaporte. El exitoso aumento del Censo Electoral.

  • Foto del escritor: Flávio Carvalho
    Flávio Carvalho
  • 15 jul 2022
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 8 ago 2022


Flávio Carvalho

Flávio es sociólogo y escritor.

De Olinda, Pernanbuco. Brasil.




“¿Cómo vas a prohibirlo cuando el gallo insiste en cantar?

Cuando llegue el momento, este sufrimiento mío, te lo cobraré con intereses. ¡te lo juro!" (Chico Buarque)


Dos factores calentaron los datos que apuntan, hoy, el histórico crecimiento del 20% en el número de votantes brasileños en el exterior, según el TSE. En datos proporcionales, es significativo que las campañas promovidas no solo por organismos públicos, sino principalmente por asociaciones y redes brasileñas como Fibra (Frente Internacional de Brasileños por la Democracia), aumentaron el número de votantes brasileños en un país como Holanda, por ejemplo. . : 70% - aprox.

Holanda es un buen ejemplo, mientras los datos van ganando al mundo, ya que quedan muchos otros números por celebrar.

El primer factor fue el trumpismo. El segundo, lo llamo anitismo.

El trumpismo es la amenaza de un golpe incluso antes de que se lleven a cabo las elecciones, seguida de alentar a los votantes antifascistas a registrarse y enfrentar la amenaza votando.



El anittismo es la respuesta a eso. Fue la intensidad de la campaña con el público joven para inscribirse en el censo electoral brasileño y poder votar. Además, difiere de la campaña supuestamente “neutral” de los organismos públicos brasileños. Porque Anittismo, por un lado, es una campaña para enfrentar al bolsonarismo y todo lo que puede representar. Como si, además de registrarse para las elecciones, ya hubiera tal Voto Consciente en el paquete.


Y aquí habría un mundo de debates entre no votar por candidaturas fascistas o votar por alguna candidatura antifascista (o, no seamos hipócritas: votar por Lula, que claramente ocupa el primer lugar en las encuestas actuales de intención de voto, ahora que la farsa de la Lavajato es tema en cualquier ciudad del mundo).


Cuando ingresé el Master en Ciencias Políticas (de la UFPE), un tema me fascinó: el derecho al sufragio como ejercicio pleno de la ciudadanía, con todo lo que ello implica. Conscientes de que la Ciudadanía es un arma de doble filo e implica, como casi todo en la vida, cargas y gratificaciones, derechos y deberes, gastos e ingresos.


Todo en la vida tiene su lado bueno y su lado malo. Yo suelo decir que casi siempre depende de la perspectiva.


La historia de la humanidad sería diferente si no fuera por la lucha pionera del movimiento feminista por ello, por el derecho al voto. Así como la farsa de la “abolición de la esclavitud” se habría desenmascarado en un principio si a los exesclavizados se les hubiera otorgado el estatus de ciudadanos con derecho a votar (“al menos” a votar).


Y no olvidemos nunca que el derecho a votar debe incluir inexorablemente el derecho a ser votado. Quien sea capaz de la primera circunstancia debe ser capaz de la segunda. Y viceversa.


Aún hoy, en las principales metrópolis occidentales, la negación absurda del derecho al voto de la población migrante sigue siendo la forma prioritaria de control social y de impedir la movilidad social de sectores significativos de la sociedad. Pura xenofobia, combinada con hipocresía.


El derecho al voto es un viejo debate entre la diversidad de comunidades de emigrantes brasileños (que viven fuera del país). Los 603.391 brasileños con derecho a voto, residentes en el exterior, ya son mucho más que votantes en estados de la Federación, como Acre, Amapá y Roraima. Cuando este número aumentó significativamente en otros países (con la excepción de Brasil), pronto se impulsaron reformas en la legislación electoral que permitieran a este enorme contingente de electores no solo votar, sino ser votado.


¿O dejamos de ser brasileños cuando decidimos vivir fuera de Brasil?


También está uno de los pilares fundamentales de la democracia plena (si es que existe en algún lugar del mundo): quien vota tendrá derecho a ser votado –salvo en circunstancias excepcionales.


¿Cómo opera este derecho? Ya existe jurisprudencia, buenas prácticas y extensa literatura sobre el tema. El peor ciego es el que no quiere ver.


Lo que pienso, por considerarlo absurdo, es la reducción del derecho al voto (principalmente en el extranjero, porque de eso soy responsable como científico social y migrante a la vez). Y esta restricción, dificultando, castigando, excluyendo, opera (todavía en mi sincera opinión) de varias maneras.


En primer lugar, como siempre, es enemiga de la igualdad de oportunidades: la Burocracia, en el centro de este asunto. Ela, a Burocracia, consegue associar – de forma leviana, segundo opino – o direito de votar para Presidência da República (a única eleição que está permitida aos brasileiros emigrados) com algo sagrado como o direito de fazer um novo passaporte, para os que moramos fuera de Brasil. Usar este artificio como un incentivo, un impulso, un estímulo, sería para mí algo diferente a usarlo como un deber, que, cuando no se cumple, implica un severo castigo.


Solo aquellos que viven “afuera” conocen la importancia del pasaporte para varios temas importantes en nuestras vidas.


Aún en mi sagrado derecho a la libertad de expresión, creo que es demasiado severo que uno de los pasaportes más caros del mundo, el brasileño (quien quiera investigar esto), tenga su período de validez reducido de 10 a solo 1 año. , en el caso de muchos brasileños que (por diversas circunstancias, no voy a entrar en ese detalle) no han regularizado su estatus electoral.


Aun siendo consciente de la gran cantidad de campañas de utilidad pública sobre la Regularización Electoral, de la existencia de una anciana desconocida (cada vez más presente en el cotidiano de la emigración brasileña, el Acta Circunstanciada – busque en el Sr. Google), y que “siempre si puedes tomar un vuelo para votar en tu casa brasileña, si no pudiste transferir” – suena como una broma, pero no lo es; una sugerencia como esta, viniendo de un organismo público en tiempos de crisis económica y social-, es que el derecho al voto es uno de los más sagrados. Ni menos ni más que muchos otros derechos. Pero sagrado, sí.


Y todo esto, para completar, en medio de una lucha política abierta sin precedentes entre el actual representante del Poder Ejecutivo y el Tribunal Superior encargado de la elección de un nuevo Presidente.


Como en todos los debates sobre la compatibilidad entre derechos y deberes, la esencia de la palabra Ciudadanía nos sirve para algo muy importante. La pérdida de un derecho, aunque sea temporal (o, absurdo, como pienso) solo beneficia la apertura y amplitud de los debates más importantes que, a mi modo de ver, trascienden el derecho al voto, no queriendo menospreciarlo sino resignificándolo.


¿Por qué es importante no solo registrarse para las elecciones, sino también votar? Mejor aún: no sólo votar, sino debatir, cuestionar, ejercer la capacidad crítica, votar conscientemente, en fin.


¿Por qué puedo votar por el presidente de un país a miles de kilómetros de distancia y no puedo votar (o ser elegido) por el alcalde de mi pequeño pueblo en el extranjero, incluso después de años de vivir, pagar impuestos y trabajar en este pequeño pueblo?



(Yo ya puedo votar y ser votado en todo el Reino de España ya que tengo la doble nacionalidad, pero hablo en nombre de los miles que están excluidos de este derecho)


¿Por qué hay políticos que, viviendo de los votos, quieren (en esencia) que la gente no pueda votar?


¿En qué medida los procesos de inclusión digital (con las innovaciones tecnológicas e Internet, por ejemplo, democratizando el acceso a la información) pueden ser utilizados como un factor más de exclusión, considerando que el acceso no es igual para todos, para todas las historias de vida, para todos los “lugares”? de la palabra”, frente a todos los privilegios, cobertura digital, analfabetismo instrumental que tienen unos sobre otros? ¿Es lo mismo nacer con un I-Phone 12 en la cuna que tener que elegir entre poner saldo en el móvil o comprar comida para un niño que llora de hambre?


Porque una campaña de empadronamiento debió ser (como de hecho lo fue, para todo “activismo de izquierda”) un “hacer el bien sin mirar a quién”, en la medida en que ampliar el censo electoral es un beneficio de toda la ciudadanía y no sólo un patrimonio de la lucha antifascista?


Termino este texto felicitando a todas aquellas personas (sin falso orgullo, incluido yo mismo) que dedicaron horas preciosas de sus días y noches a ayudar a la gente en el exterior a poder y calificar para derrotar al fascismo en las urnas el próximo octubre.


Porque Neutral, querida, es un tipo de Shampoo.

¡Fuera cabrón!

Un abrazo.


El número total de votantes brasileños en el exterior en 2022 supera el número total de votantes en los estados de Roraima (348.839), Amapá (529.240) y Acre (560.016).

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© 2021 por Helena Pereira y Pedro Vidal.

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